Londres.- Diana de Gales, de cuya muerte se cumplen esta semana 25 años, fue la primera mujer de la realeza británica que omitió la palabra «obedeceré» en sus votos matrimoniales, al casarse con el príncipe Carlos. Su ejemplo, en esa y otras muchas cuestiones, dejó una huella imborrable y cambió la monarquía para siempre.
La «princesa del pueblo», un apelativo que acuñó el ex primer ministro Tony Blair, conquistó a los británicos con su carácter cercano y revolucionó a los Windsor con su rechazo a regirse por anquilosadas costumbres cultivadas durante siglos.
Eligió dar a luz en un hospital, en lugar de hacerlo en casa, como mandaba el protocolo a las princesas, y envió a sus hijos Guillermo y Enrique al colegio, en lugar de educarlos con instructores particulares, para que estuvieran integrados en la sociedad desde la primera infancia.
Tampoco aceptó la norma que prohibía a su primogénito viajar junto a sus padres para evitar romper la línea de sucesión al trono en caso de accidente, y en diversas ocasiones Guillermo pudo volar con ella y el príncipe Carlos.
Muchas de las reglas que Diana rompió quedaron de facto abolidas en la monarquía británica y las duquesas Catalina y Meghan, que tampoco juraron obediencia a sus maridos, sino solo «amarlos», han seguido años después su modelo en multitud de aspectos de sus vidas.
SU MUERTE PRECIPITÓ LOS CAMBIOS
Si en vida revitalizó la imagen y la popularidad de la monarquía en el Reino Unido, su muerte, con solo 36 años, se convirtió en una catarsis nacional que forzó a la familia real a cambiar la relación que mantenía con los ciudadanos británicos.
En los días posteriores al trágico accidente que acabó con su vida, el 31 de agosto de 1997, cuando miles de personas lloraban su desaparición a las puertas del Palacio de Kensington, en Londres, la reina Isabel II permaneció inescrutable en su residencia vacacional de Balmoral, en Escocia.
Más tarde explicó que la prioridad en aquellos primeros momentos de conmoción fue proteger a Guillermo y Enrique, en lugar de hacer apariciones públicas, pero aún así muchos británicos no comprendieron su aparente frialdad ante el luctuoso suceso.
La indignación se acrecentó con algunas decisiones dictadas por un rígido protocolo que muchos juzgaron caduco, como la negativa inicial a bajar hasta media asta la bandera del palacio, siempre izada como símbolo de la continuidad de la monarquía.
En pocos días, la irritación ciudadana estaba fuera control y la familia real se vio obligada a replantear su estrategia.
Isabel II ofreció el primer mensaje televisado en directo de su vida, una alocución de tres minutos en la que describió a Diana como «un ser humano excepcional» y dotó su discurso de un desacostumbrado tono emocional.
Aquel viraje no tuvo vuelta atrás. La familia real adoptó desde entonces un estilo más mundano, comenzaron a mostrarse más vulnerables ante la opinión pública y más accesibles para los ciudadanos. En definitiva, se vieron arrastrados a adoptar las formas modernas con las que Diana había seducido a los británicos y el mundo entero.
LECCIONES PARA GUILLERMO Y ENRIQUE
Las costumbres y la estrategia de comunicación no volvieron a ser las mismas para ningún miembro de la familia real, pero la lección fue especialmente profunda para Guillermo y Enrique, que tenían 15 y 12 años, respectivamente, cuando murió su madre.
Ninguno de los dos ha llevado nunca una vida palaciega, alejada de la sociedad, y ambos eligieron caminos que a su modo de ver contribuían a mejorar el mundo, tal como les había inculcado su madre.
Guillermo ayudó a salvar vidas en numerosos accidentes graves durante los años que trabajó como piloto de ambulancias aéreas en los servicios de emergencias, antes de dedicarse de lleno a su vida familiar e incrementar su papel de representante de la monarquía.
Hace apenas dos meses, sorprendió a los transeúntes en el centro de Londres que le reconocieron ataviado con un chaleco rojo y una gorra, vendiendo uno de los periódicos que los sintecho reparten en las calles por 3 libras (3,55 euros).
Enrique venció cualquier resistencia para alistarse en el Ejército y se unió en dos ocasiones a las tropas británicas en Afganistán. Creó además los Juegos Invictus, en los que participan veteranos heridos de guerra, antes de dar un golpe sobre la mesa y abandonar oficialmente la familia real para irse a vivir a Estados Unidos con su familia.
Como su hermano, Enrique ha impulsado además numerosas campañas sociales, entre ellas, iniciativas para promover la visibilidad de los problemas de salud mental.