La palabra «objeto» procede del verbo latino obicere, «arrojar contra», «reprochar» o «recriminar». Es decir, el objeto es, antes que nada, algo contrario que se vuelve contra mí, que se me arroja y se me contrapone, que me contradice, que es reacio a mí y me ofrece resistencia. En eso consiste su negatividad. Esta connotación del objeto todavía se conserva en la palabra romance «objeción», que también significa reparo o discrepancia.
La experiencia de lo presente como obicere es probablemente más original que la noción de lo presente como objeto. En el caso de la noción, el sujeto representante se apodera del objeto representado. El objeto se le entrega. Aquí el objeto sufre la pérdida de gran parte de la negatividad que tiene él mismo como contrapuesto. La mercancía como objeto de consumo carece por completo de la negatividad del obicere. En cuanto mercancía no me reprocha nada, no me acusa, no se me contrapone. Más bien se quiere amoldar a mí y agradarme, sonsacarme un «me gusta». Lo que caracteriza la percepción actual es la ausencia de contrariedad y enfrentamiento.
El mundo pierde cada vez más la negatividad de lo contrario. El medio digital acelera este desarrollo. El orden digital es opuesto al orden terreno, al orden de la tierra. Precisamente la filosofía tardía de Heidegger se ocupa del orden terreno. Continuamente evoca «la pesadez de las montañas y la dureza de sus rocas primitivas». También se habla de los «pesados trineos de madera» del «joven campesino», de la «resistencia de los descollantes abetos a la tormenta» y de la «escarpada ladera opuesta». La pesadez y lo contrario dominan el orden terreno. A diferencia de ello, el orden digital carece de toda pesadez que nos replicara como un contrapeso. No se presenta como una replicante reacia, rebelde, sediciosa.
También en las imágenes hoy se pierde cada vez más el carácter de lo contrario. Las imágenes digitales carecen de toda magia, de todo hechizo, de toda seducción. Han dejado de ser contrarréplicas que tengan vida y fuerza propia, que desconcierten, fascinen, sorprendan, embelesen al observador. El «me gusta» es el grado absolutamente nulo de la percepción.
Para Heidegger, la cosa es algo que nos condiciona, en el sentido de que se gana nuestros favores habiéndonos reclamado. Este condicionamiento ha dejado de ser el sentimiento óntico de hoy. También Handke reacciona con resolución contra la creciente descosificación y descorporalización del mundo. Su viaje invernal a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina queda por entero bajo el signo de la salvación de las cosas.
Handke eleva la pesada puerta de la tienda serbia a la categoría de cifra de la auténtica cosa. Se nos contrapone con todo su peso. Es un objeto, un obicere. La pesadez de las cosas constituye el peso del mundo. Son cuerpos que se nos contraponen. «Hacer fuerza para bajar el vetusto picaporte de hierro», «tener que abrir de golpe y casi con esfuerzo la puerta de la tienda» provoca en Handke incluso un sentimiento de dicha:
“En la leve resistencia de la cosa, causada por el paso del tiempo y la pesadez material, en su roce con el cuerpo del que entra se revela un cuerpo autónomo que se nos contrapone. […] La puerta de la tienda serbia es, literalmente, un objeto que se alza frente a nosotros; […] parte de una intensa comunicación momentánea de cuerpos, es más, sujeto de un acontecimiento espacial y concreto que tiene consistencia por sí mismo. […] Esta leve resistencia, la perceptible fuerza que las cosas más sobrias tienen por sí mismas, las hace reacias a ser representadas y las salva de desvanecerse al quedar bajo la disposición ejercitada de la percepción”.
Handke acude al mercado y se imagina que las cosas son cuerpos que se nos contraponen. Son, en conjunto, pesados y macizos. Reposan en sí mismos:
“Macizos tarros de miel oscuros como el bosque, gallinas para caldo grandes como pavos, nidos o coronas de pasta de un amarillo distinto, peces fluviales, muchos de ellos con afilada boca depredadora y otros muchos gordos como salidos de un cuento”.
El orden digital provoca una creciente descorporalización del mundo. Hoy hay cada vez menos comunicación entre cuerpos. El orden digital elimina también los cuerpos que se nos contraponen privando a las cosas de su pesadez material, su masa, su peso específico, su vida propia y su tiempo propio, y dejándolas disponibles en todo momento. Los objetos digitales han dejado de ser obicere. Ya no nos replican con su contrapeso. De ellos no viene ninguna resistencia. La desaparición de lo contrario se produce hoy en todos los niveles. El «me gusta» se opone al obicere. Hoy todo reclama el «me gusta». La ausencia total de lo contrario no es un estado ideal, pues sin lo contrario uno sufre una dura caída golpeándose consigo mismo. Dicha ausencia conduce a una autoerosión.
Hoy también perdemos el «enfrente» en un sentido peculiar. Para Heidegger, el objeto y el «enfrente» no son idénticos. Según él, los griegos nunca experimentaron lo presente como objeto, sino como lo que hay enfrente. En el caso del objeto, lo que él tiene de contrario a nosotros es constituido por el sujeto que se lo representa. El sujeto se apodera del objeto. A diferencia de ello, en el caso de lo que hay enfrente, lo que eso tiene de enfrentado a nosotros se configura:
“en aquello que le sobreviene al hombre percipiente que observa y escucha, en aquello que sobrecoge a un hombre que jamás se ha concebido a sí mismo como sujeto para objetos”.
Estando enfrente, lo presente no es:
“lo que un sujeto se arroja a sí mismo como objeto, sino lo que le sobreviene a la percepción y aquello que la mirada y la escucha humanas presentan y exponen como lo que les ha sobrevenido“.
Según esto, los griegos habrían experimentado el «enfrente» más siniestro y hechizante con la presencia de los dioses que vienen a echar un vistazo. Eso se produce como encuentro con lo totalmente distinto. Es decir, la mirada y la voz son aquello con lo que se manifiesta lo totalmente distinto.